Necesitamos un trofeo

El hombre empujó la puerta con su mano extendida sobre las letras cursivas ubicadas sobre el rectángulo de vidrio rodeado de gruesa madera que separaba al pequeño taller de arte que hacía las veces de oficina, de la ruidosa calle, y que dibujando un arco perfecto decían:

Salomón Koniachz, 
Diseño de trofeos y estatuillas. 

Al abrirse la puerta por completo, una campanilla sonó con delicadeza y el hombre sentado detrás de la barra de madera levantó la vista para ver a su visitante. En la radio sonaba “Call Me Irresponsible” de Bobby Darin y en el ambiente se sentía un fuerte aroma a madera y cloro proveniente del piso recién lavado.

— Buenas tardes.  Siga, siga por favor. ¿En qué puedo ayudarle?

El hombre de unos 50 años de edad, de estatura promedio; gafas nacaradas de marco grueso; peinado con una raya perfecta que dividía su pelo — brillante por el exceso de gel— en dos zonas desde un lado de su cabeza, y de bíceps flácidos que parecían colgar debajo de su camisa de manga corta, le ofreció una sonrisa y se adentró dejando que la puerta se cerrara a sus espaldas. 

— Buenas tardes, señor Koniachz. He venido porque sé que usted es uno de los mejores en el negocio de creación de estatuillas. 

— Bueno, no es para tanto, pero sí, algo sé acerca de eso. Llevo 30 años haciéndolo. 

— También sé que usted es uno de los más discretos — agregó el visitante al estudio de Salomón Koniachz.

— Eso, le puedo asegurar que es verdad. Para mí los clientes son sagrados. Pero siga, siga, por favor. Tome asiento. — Salomón levantó la tapa de la vieja barra de madera que usaba como mostrador y posteriormente abrió la pequeña puerta inferior para permitir que el hombre entrara. El visitante obedeció y se sentó del lado opuesto del escritorio. 

— Ahora —dijo Koniachz —, cuénteme, por favor, el motivo de su visita y de la discreción que requiere. 

— Verá usted —respondió el hombre mientras se retiraba sus lentes y los limpiaba torpemente con la parte inferior de su camisa —. Yo represento a una asociación particular en su naturaleza. Nuestra pequeña, pero floreciente asociación, ha venido creciendo en las últimas décadas, lo cual nos llevó a crear un evento para reconocer la labor de nuestros asociados. 

— Ya veo. Entonces he de suponer que requieren una estatuilla para premiarlos, ¿no es cierto? 

— Exactamente. —respondió el hombre con amabilidad. 

— Muy bien, muy bien —replicó el viejo escultor de manos secas y callosas—. Y,  ¿podría preguntarle a qué se dedica su asociación?

— Claro. Yo represento a ATASAP. 

— ¿Y esto significa…?

— Ah, sí, claro. Discúlpeme, por favor. ¡Qué torpeza de mi parte! Estoy tan acostumbrado a referirme a ella con los demás asociados, que me olvido de dar el nombre completo a quienes no nos conocen. Verá, yo represento a la Asociación Transcontinental de Asesinos Seriales Amateur y Profesionales.  

— Mire usted. No sabía que estaban tan bien organizados. Ahora entiendo la necesidad de la discreción. 

— Muy bien organizados, ciertamente. Usted pensará que solo somos una manada de locos descontrolados — y no le niego que hay uno que otro loquillo por ahí —, pero en general nuestros asociados son muy activos en lo que respecta a nuestra organización, nuestros eventos, seminarios, y hasta nuestro plan de seguro dental. Como usted comprenderá, tener unos dientes sanos es fundamental en nuestra línea de trabajo. 

— Sin duda alguna. La presentación personal es muy importante por estos días. Cuando yo empecé en este negocio solo importaba que tan buen escultor era uno. Pero hoy en día parece que a los artistas, mientras más parezcan modelos de pasarela, mejor les va— El escultor hizo una breve pausa y mirando al hombre del peinado cuidadoso y los gruesos lentes continuó—.  Por cierto, aún no sé su nombre señor... 

— Me dicen el Asesino de Lavanda, pero en confianza mis amigos me dicen solo Lavanda. 

— ¿El asesino de la banda? — preguntó el viejo escultor—.  No me diga que asesinó usted a toda una banda. 

— Ja, ja, ja, no es una confusión común. La verdad es que me dicen el asesino de LAVANDA, como la hierba. Me gané el apodo porque siempre dejo una ramita de lavanda en la escena del crimen. Ya sabe, para que el olor no sea tan terrible para los policías después. Si hay algo que me revuelve el estómago, son los malos olores. No los puedo soportar. Además, me encanta el olor sutil de la lavanda. Lo pongo también en casa, en una bolsa de tela bajo la almohada. Me ayuda a dormir más plácidamente. 

“— Muy bien, muy bien —replicó el viejo escultor de manos secas y callosas

—. Y,  ¿podría preguntarle a qué se dedica su asociación?

— Claro. Yo represento a ATASAP…” 

—Qué considerado de su parte, señor Lavanda.

— Siempre trato de ser muy profesional, aunque, para serle sincero, Salomón — ¿Está bien que lo llame por su nombre? —Lo de asesinar es más bien un hobby. Mi vocación es más... como decirlo... administrativa. Ser el secretario de la asociación es lo que me hace verdaderamente feliz. 

— Sí, por supuesto. Estamos entre amigos. Llámeme como guste — respondió el escultor mientras abría el cajón superior de su escritorio y sacaba un paquete de cigarrillos. 

— ¿Le apetece uno señor Lavanda? — Extendió el paquete a su visitante. 

— No,  gracias, Salomón, es un hábito peligroso para la salud. —respondió Lavanda agitando su mano abierta ligeramente hacia el escultor. 

— Dígamelo a mí que llevo 3 décadas tratando de dejar a estos malditos y aún no me matan a pesar de que vivo con una tos que suena como el estertor de la muerte. — Encendió el cigarrillo y exhaló una gruesa y lechosa bocanada que llegó hasta el rostro del hombre al otro lado del escritorio y le hizo cubrirse la cara con un gesto sutil que buscaba no ofender al viejo escultor. 

— Pues Dios no lo quiera, señor Koniachz, las muertes naturales nos dejan menos trabajo por hacer. — respondió el hombre de las gafas gruesas. 

— Lo siento, que insensible de mi parte. 

— Descuide. Ahora, volviendo al tema... 

— Sí, por supuesto. Cuénteme un poco más acerca del evento. Usted sabe, para inspirarme. 

El hombre levantó los ojos al cielo buscando la forma de hacer el mejor resumen posible, mientras el escultor apoyaba los codos sobre la mesa y reposaba su cara sobre sus manos para oírlo con mayor atención. 

— Empezamos hace unos siete años. En ese entonces éramos un pequeñísimo grupo de asociados — unos 40, diría yo —,  así que simplemente rentábamos un salón de algún hotel de la ciudad, nos vestíamos de gala y nos sentábamos a reconocer el trabajo de los colegas. Entregábamos tres premios: Mejor crimen, mejor secuestro y, por último, el premio al “éxito sostenido”, que premiaba a los colegas que llevaban muchos años de labor sin haber sido aprehendidos. Luego, unos tragos, los abrazos, una cena acompañada de una banda tocando algunos clásicos y luego los “qué gusto verte” y los “espero no te hayan atrapado de aquí a un año para que nos veamos de nuevo”… y así, después de limpiar el desastre que dejaba la banda —No tiene idea la cantidad de sangre que tienen los músicos, en especial los trompetistas —,  todo el mundo feliz a seguir con sus víctimas. 

— Así suelen ser estos eventos. Continúe, por favor... 

— Tras un par de años de llevar a cabo el evento, nos dimos cuenta de que, mientras más crecíamos, más difícil se volvía su organización. Llegaron nuevos integrantes y con ellos crecieron la competencia, las envidias, las cuchilladas en la espalda... 

— ... Me imagino —interrumpió Koniachz —, el suyo no es un gremio único. En todos hay gente doble dispuesta a traicionar a los demás para su propio beneficio. 

— No me hice entender, Salomón. Me refiero literalmente a cuchilladas en la espalda. — respondió Lavanda. 

— Oh. —dijo Salomón —, toda una novedad.

— En fin. Fuimos cambiando algunas cosas en los últimos años, y ahora el evento parece estar en el camino correcto. Aumentamos la cantidad de categorías premiadas a 15 con el fin de incrementar las probabilidades de más colegas de ser premiados — lo cual ha aminorado bastante las riñas en el evento, que pueden llegar a ser... eh... bastante emocionales—. Entonces, ahora tenemos por ejemplo: Mejor nombre artístico, mejor estratagema para conseguir víctimas, mejor uso de armas convencionales, mejor uso de armas no convencionales, mejor escenificación de crimen, premio al novato del año o “talento a seguir”, mejor planeación, mejor muerte por impulso... en fin, no quiero aburrirlo con tantos detalles. 

— Al contrario, me ayudan a hacerme una idea en la cabeza para crear algo satisfactorio en caso de que lleguemos a un acuerdo. 

— Tiene razón, el diablo está en los detalles, dicen por ahí — aunque nosotros decimos que el diablo está en todas partes —. Entonces, ahora tenemos un escenario más grande — rentamos un teatro —, añadimos un show intermedio que ha resultado fantástico y que logró calmar a los asistentes lo suficiente como para no quedarnos sin la banda de música a la mitad de la celebración, y ahora tenemos un chef que ha incluido menús para vegetarianos, veganos y también para caníbales. Todos estamos muy felices con las más recientes ediciones del evento... sin embargo, se nos ha presentado un inconveniente. 

— ¿Y cuál sería? — respondió Salomón en una nueva bocanada de humo que se volvió casi tangible bajo la luz amarilla de la lámpara que colgaba sobre el escritorio. 

— De un tiempo para acá, la estatuilla con la que estábamos premiando a nuestros asociados ha sido usada por varios de los antiguos ganadores, y, en repetidas ocasiones, para cometer nuevos crímenes. Esto nos ha traído una crisis de relaciones públicas, pues el hecho de ser cometidos con un objeto tan particular ha llevado a la policía a concluir que todos los crímenes han sido llevados a cabo por una misma persona, y esto, por supuesto, significa un enorme descrédito para nuestra asociación y para nuestro evento anual. Nada más humillante que ver cómo la obra de uno es considerada como “otra del montón”. A raíz de esto, se ha creado un enorme revuelo entre aquellos que han ganado en los eventos previos, quienes ahora se niegan a participar nuevamente si continuamos entregando la misma estatuilla. Por esta razón, hemos tomado la decisión de crear una nueva estatuilla para este año.

— Muy desafortunado, sin lugar a dudas — respondió el escultor —. Y,  si me permite un minuto de desahogo, mi estimado Sr. Lavanda — El hombre de las gafas asintió con convicción — en mi experiencia, he descubierto algo acerca de los premios que me ha revelado mucho acerca de la condición humana. Verá, la idea original detrás de las estatuillas es la de reconocer el trabajo de las personas para que se sientan valoradas y empoderadas a continuar una labor con el potencial de hacer una diferencia en sus campos. Pero en lugar de ello, las estatuillas logran darles a las personas una irreal capa de convicción acerca de lo que son y de lo que son capaces, y lo que es más triste aún: convierten a las personas en esclavos de su brillo. Como si realmente estuvieran hechas de oro, plata o bronce y no de simple hierro cubierto de brillos de metales preciosos. Una vez alguien gana una de ellas, pasa el resto de su vida buscando la forma de tener otra en sus manos. Y esa, suele ser su ruina. No trabajar bien y luego ser reconocido, sino trabajar para el reconocimiento. Es un tipo de miopía que no se puede explicar. 

Después de oír al escultor, Lavanda frunció el cejo torciendo ligeramente la cabeza. Luego de un instante respondió: 

— Nunca lo había visto de esa forma, pero ahora que lo menciona, desde que empezamos a entregar las estatuillas, la cantidad de divas con las que tenemos que lidiar es cada vez más grande y compleja. 

— Ya me perdonará usted, son las ideas de un viejo y nada más. Entonces, cuénteme cómo puedo ayudarlo exactamente. 

— Pues, como ya adivinó Salomón, necesitamos que nos ayude a crear la nueva estatuilla y también necesitamos producir 15 de ellas con sus respectivas placas. Ahora, esto es un poco urgente para nosotros. Tenemos poco tiempo para hacerlo, pues la premiación de nuestro próximo evento está tan solo a un par de meses de distancia. 

— Vale, deme un par de minutos mientras hago algunas cuentas. — respondió Koniachz. 

Las manos gruesas y llenas de viejas heridas del hombre se movieron con la agilidad de un adolescente sobre la vieja calculadora electrónica, mientras el rollo de papel sonaba a su paso con chirridos que competían con la vieja radio. Mientras tanto, Lavanda miraba a su alrededor para apreciar algunas de las estatuillas exhibidas en el mostrador a sus espaldas y que daban fe de la habilidad del escultor. 

— Entonces — Salomón interrumpió el recorrido visual de Lavanda —, el costo total del diseño de la estatuilla, más las 15 copias con sus respectivas placas, más un pequeño sobrecosto por la premura del proyecto, es este — le acercó un papel con un número escrito —. En cuanto a la discreción, esa es gratis, estimado Señor Lavanda. 

El hombre recibió el papel y, al estudiarlo, levantó la mirada con los ojos muy abiertos hacia el escultor y luego volvió a posar los ojos sobre los múltiples ceros del papel para comprobar de nuevo la cifra que acababa de leer… 

— Señor Koniachz... esto es mucho más de lo que tenía en mente. Si no diera fe de la calidad de su trabajo, diría que esta tarifa es un verdadero crimen.

— Lamento mucho oír eso, señor Lavanda — Salomón no parecía desconcertado en absoluto, sino más bien acostumbrado a este tipo de conversación —. Pero, como usted mismo lo dijo al llegar, soy uno de los mejores en mi profesión y esto es lo que cuesta mi trabajo. 

— Vaya, pues me pone usted en un aprieto. Realmente quiero hacer negocios con usted, pero mi presupuesto está considerablemente corto. A menos que... 

— ¿A menos que qué? — respondió el Koniachz. 

— A menos que aceptara usted un canje. 

Koniachz dio una nueva calada a su cigarrillo y con rostro intrigado respondió al hombre: — ¿A ver, cómo sería eso?

— Si acaso hubiese alguien que le estuviera, eh... “Incomodando” y que usted prefiriera que no estuviera rondando por ahí, pues podríamos arreglarlo. Tenemos una amplia gama de posibilidades para resolverlo. 

El escultor frunció el ceño por unos segundos y llevó sus puños unidos en un nudo hacia su boca mientras miraba a su interlocutor, por lo que pareció una eternidad. Finalmente, su postura se relajó. Dejó caer sus brazos sobre su regazo y se recostó en su silla con una sonrisa tranquila.

— Ahora que lo menciona señor Lavanda, en mi carrera he recibido un sinnúmero de  reconocimientos que la asociación de creadores de trofeos y estatuillas me ha entregado en nuestros eventos anuales... 

— … Oh, no me lo hubiera imaginado —interrumpió Lavanda —. ¿La asociación de creadores de trofeos y estatuillas tiene un evento para premiar a los creadores de trofeos y estatuillas con una estatuilla? 

— Eso sería una ridiculez, señor Lavanda. No entregamos estatuillas en nuestro evento, entregamos diplomas como los que está viendo detrás de mí — señaló hacia atrás moviendo el pulgar sobre su hombro. Lavanda se fijó con atención en la docena de pequeños diplomas enmarcados que llenaban la pared frente a él.  — Además, nadie quiso hacerse cargo de diseñar la estatuilla para premiar a los diseñadores de estatuillas por miedo a la crítica. Somos un gremio muy competitivo... 

— Disculpe mi ignorancia, Salomón... 

— En fin...  Desde hace un par de años, un joven diseñador ha venido ganando todos los premios que antes me correspondían y, la verdad, ya me tiene un poco harto con su pinta de actorcillo, su sonrisa blanca inmaculada y sus diseños posmodernos que tanto ha alabado la crítica. ¿Qué saben ellos de diseñar? 

— Estoy con usted, señor Koniachz. No se diga más. Déjenos que nos encarguemos del asunto. ¿Alguna preferencia en la forma como lo resolvamos? 

— No, por favor, el experto es usted. Lo dejo a su criterio. 

— Entonces tenemos un acuerdo, señor Koniachz. La asociación estará encantada con tenerlo a bordo. 

— Un placer igualmente. Le informaré debidamente cuando el diseño esté terminado para que lo revise. — respondió el escultor. 

— Estaré encantado de revisarlo. Y por favor, será un honor tenerlo en nuestro evento. 

— Le agradezco mucho la invitación, pero tengo un estómago sensible.  

FIN. 

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